LA GRAN MENTIRA: las crisis hacen súper ricos a los que las provocan

desigualdad-social-chabolas1Con la caída del muro de Berlín el 10 de noviembre de 1989 la tensión que mantenía el mundo en precario equilibrio desde el final de la II Guerra Mundial se rompió en una fiesta alborozada por todo Occidente. El sistema capitalista había ganado en toda línea hasta tal punto que se quiso decretar el fin de la historia, pero otra historia mucho más larvada y profunda se estaba poniendo en marcha. El binomio Thatcher y Reagan nos vendieron la desregulación, la economía del goteo hacia abajo, la reducción de impuestos a los ricos y otras ventajas que terminarían calando a todos los demás. El dinero era solo una abstracción que los chicos listos podían manipular y ya se encargarían los mercados de autorregularse. Incluso se iba a favorecer a los pobres con créditos para sus casas “paquetizados” como activos solventes y colocados en la gran noria de las finanzas globalizadas. Entre la gran clase empresarial y la política no es que hubiera “puertas giratorias”, es que se derribaron sin contemplaciones. Luego vino la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, los 700.000 millones de dólares de dinero público para sanear los activos tóxicos de los bancos americanos…hasta llegar al la actual “flexibilización cuantitativa” en EEUU y en Europa. El resultado es pavoroso. Demasiadas mentiras. El capitalismo desmadrado está generando anticuerpos de rabia y frustración en todo el mundo, que por ahora florece en populismos y nacionalismos, pero que mañana puede mutar en otra cosa. Y tal vez la tecnología, que está a punto de expansión cualitativa, puede jugar un papel dorsal.

Henry Paulson, “Hank” para los amigos, es el clásico “wasp” de la gran América. Estaba a la cabeza del mayor banco de inversión de EEUU, Goldman Sachs, cuando Wall Street se dio un tiro en el pié de Lehman Brothers para no tener que dárselo en la sien. Había contribuido no poco al dislate de la hipotecas subprime que arrasaron los mercados financieros de todo el mundo sin excepción. Cuando le llamó George Bush, (el chico de las “armas de destrucción masiva” que amenazaban al globo desde un pequeño país semidesértico), Paulson ganaba 30 millones de dólares al año en Goldman. Para compensarle del sacrificio de tener que arreglar lo que había contribuido a crear, le dieron 500 millones de dólares libres de impuestos por la venta de sus acciones en la entidad, gracias a su nuevo cargo como septuagésimo cuarto secretario del Tesoro de Estados Unidos. Ha pasado a la historia -no sabemos todavía en qué acera de la historia- por logar sacar adelante el mayor paquete de dinero público, 700.000 millones de dólares, para comprar activos tóxicos de los bancos. “Super Hank” salvó a Wall Street, salvó a la City de Londres, dio la vuelta a los hundidos mercados y, de paso, salvó a los banqueros que habían soplado en la burbuja, que se lo llevaron muy calentito y abultado a casa. El resto es silencio.

Ya empieza a no ser tan silencioso. Lo ha dicho con abrumadora documentación el economista francés Thomas Piketty, un especialista en desigualdad económica y distribución de la renta, al que han tildado enseguida de un tanto “rojillo”. Pero también muchos otros, Krugman, Summers, Minsky…

Los datos están por doquier. El más reciente es de Oxfam International, con el significativo título de “Una economía al servicio del 1%”. Uno de sus abrumadores datos: el patrimonio de las 62 personas más ricas del mundo se ha incrementado el 44% en los últimos cinco años, mientras que la riqueza de la mitad más pobre del planeta se redujo el 41%. Los 62 súper ricos equivalen a 3.600 millones de personas. Esta plutocracia manipula y compra el poder político. En EEUU las donaciones de las grandes corporaciones inclinan la balanza de las elecciones presidenciales. Los ricos mantienen básicamente el pernicioso statu quo de los paraísos fiscales e incluso diseñan a su gusto la fiscalidad que se les aplica. Lejos del goteo hacia abajo de la riqueza que nos prometieron, “los ingresos están siendo succionados hacia arriba a una velocidad alarmante”, dice Oxfam.

No es verdad que el dinero de los ricos crea riqueza: los que invierten de manera productiva son esencialmente las clases medias.

No es verdad lo que nos han vendido sobre la meritocracia. De los 62 más ricos del planeta, la inmensa mayoría lo son por el dudoso mérito de haber nacido en la familia y el sitio adecuado. ¿Qué mérito tiene el príncipe saudí Alwaleed bin Talal, dueño de 26.000 millones de dólares? ¿O la viuda del chocolatero Ferrero? ¿O las dinastías Lidl, Aldi, Waltons, familias de herederos obscenamente ricas?

No es verdad que haya una conexión entre el trabajo y los ingresos. La proporción del ingreso nacional que va a los trabajadores ha ido disminuyendo desde la crisis, mientras que la participación de los propietarios y los altos ejecutivos va en aumento. Los salarios están estancados notoriamente en la mayor parte de los países, mientras han crecido los beneficios empresariales y la productividad.

Los lobbys y el sistema de patentes de la era industrial son otros elementos de distorsión de la supuesta libertad económica y el libre mercado.

En la actualidad, el número de personas clasificadas en situación de pobreza extrema (menos de 1,9 dólares al día) es de alrededor de 700 millones. Mientras, hay ocho billones de dólares expatriados libres de impuestos. ¡Hakuna Matata! cantan en suajili los poderosos.

En EEUU, en fuerte expansión económica y pleno empleo, 46,7 millones de personas están en la pobreza (datos de 2014), según la estadística de Asistencia Alimentaria, es la cifra más alta en los 52 años de este estudio. Según la Oficina del Censo, 19,9 millones de norteamericanos están en situación de “extrema pobreza”.

¿Y en España? La exclusión social afecta al 21,9% de los hogares españoles y al 25,1% de la población (11,7 millones de personas), mientras que el colectivo de exclusión severa alcanza a cinco millones de personas, según Julio Alguacil, de la Universidad Carlos III. El núcleo de población española con integración plena ha perdido 15 puntos porcentuales desde 2007 (ahora es el 34,3%).

La escritora india Arundathi Roy, mundialmente famosa por su novela “El dios de las pequeñas cosas”, ha decidido ocuparse del dios de las grandes cosas y ha publicado “Espectros del capitalismo”. Resalta que en un país de 1.200 millones de personas, el 1% más rico posee una riqueza equivalente a la cuarta parte del PIB nacional, que es superior a los ingresos totales de 800 millones de indios pobres que sobreviven con menos de medio euro al día. Los que sobreviven, porque 250.000 campesinos se han suicidado en los últimos 10 años por no poder pagar sus deudas. Quien no tiene problemas para llegar a fin de mes es Mukesh Ambani, propietario del conglomerado indio Reliance Industries, cuya mansión tiene 27 pisos, tres helipuertos, nueve ascensores, varios jardines colgantes y 600 criados. Ya sabemos que la India es un país de contrastes, pero ¿tanto?

Muy lejos de Dios y muy cerca de los EEUU, en la frontera de México con Arizona, el 9 de diciembre pasado fueron despedidos 70 obreros de la fábrica de impresoras Lexmark. La mayor parte eran mujeres y fueron despedidas por el delito de intentar formar un sindicato independiente. Ganaban 112 pesos al día, unos 6 dólares. Sus turnos eran de 9 horas y media, con lo cual ganaban alrededor de 39 centavos de dólar por hora. Muchas de esas obreras están aún acampadas a las puertas de la fábrica para solicitar ser readmitidas. Los trabajadores de las filiales mejicanas de otras empresas norteamericanas como FoxConn, Eaton y CommScope en Ciudad Juárez han protestado por las condiciones de trabajo y remuneración en los últimos meses. Las mujeres hablan de acoso sexual en las fábricas. La devaluación del peso ha disminuido además su poder de compra. “En 50 años no ha habido este nivel de descontento laboral”, dice Óscar Martínez, profesor de la Universidad de Arizona que ha escrito numerosos libros sobre la frontera. “Podríamos estar viendo el comienzo de un movimiento más amplio que se extiende a otras partes de México y desafía todo el sistema que se ha creado para estas multinacionales”.

La banca en general tiene últimamente un gran problema de imagen. ¿Por qué será? Veamos algún ejemplo. El Deutsche Bank, el primer banco de Alemania, fue el que hizo posible el milagro alemán de la postguerra, gracias a una generosa política financiera. Pero este gran banco, que fue un ejemplo del capitalismo renano y de solidez bancaria, dio un giro a partir de la caída del Muro de Berlín y se reconvirtió en una entidad especulativa al estilo anglosajón. El año pasado arrojó unas pérdidas de 6.700 millones de euros, despidió a 35.000 empleados y mantiene en la actualidad más de 6.000 pleitos, como consecuencia sobre todo de su actividad como banca de inversión. Maquilló sus cuentas para ocultar sus ingentes inversiones en hipotecas subprime, multiplicó los bonos y las remuneraciones de sus principales directivos. Fue una de las muchas entidades que hizo trampas para manipular con la tasa Líbor en el mercado de Londres, tasa índice que determina muchos tipos de interés en todo el mundo. Por este hecho, el Deutsche fue multado con 2.252 millones de euros. La segunda entidad financiera alemana, el Commerzbank, tuvo que ser rescatado con dinero público en 2008 y el año pasado tuvo que pagar en EEUU una multa de 1.400 millones de euros por actividades ilícitas. Del capitalismo humanista renano hemos pasado al capitalismo más desalmado y así nos va. En el 2007 la acción del Deutsche superaba los 100 euros. Hoy está a menos de 15. Hasta el mayor banco del mundo, el Banco Industrial y Comercial de China (ICBC), está siendo registrado estos días en España por blanqueo de capitales. Mucho van a tener que gastarse los bancos en comunicación de crisis para intentar blanquear su imagen en los próximos años.

Ahora está de moda la famosa expansión cuantitativa (EC), también llamada flexibilización cuantitativa (FC), en inglés “quantitative easing”, cuyo acrónimo es QE, una herramienta no convencional de política monetaria que se ha puesto de moda en los bancos centrales. Esta herramienta está siendo usada profusamente por la Reserva Federal Americana, el Banco Central Europeo y el Banco de Japón, entre otros. Con ella se intentan mantener los tipos de interés en valores mínimos, cercanos a cero, para combatir la deflación y el estancamiento de las economías. Recientemente el Banco Central Europeo anunció una flexibilización cuantitativa por importe de 1,1 billones de euros, más que todo el PIB de España. A pesar de esto, estamos viendo la situación en Europa: los bancos no prestan, los precios caen y el gasto de las familias se estanca. Numerosos economistas están señalando los efectos nocivos que empieza a acarrear esta política. La reducción de tipos de interés de la flexibilización cuantitativa consolida un contexto de activos sobrevalorados, lo que favorece enormemente a los propietarios. La flexibilización cuantitativa es un chute de liquidez que favorece a los propios bancos, a las administraciones públicas y a los exportadores nacionales. Los perjudicados son los contribuyentes. Se está intentando exprimir todo el potencial de un sistema perverso que huye hacia adelante. La riqueza fluye, pero hacia arriba.

Tenemos una economía globalizada que retroalimenta el peor capitalismo de tahúres, mientras que no tenemos reglas institucionales de ámbito transnacional que puedan regular esta deriva. Estamos ante un peligroso bloqueo político generalizado.

Empiezan a oírse algunas voces muy autorizadas que plantean posibles soluciones parciales. El tema de la renta mínima para todos los ciudadanos está dejando de ser un tema de izquierdas. Entre otras cosas, porque la denominación de derechas e izquierdas es una bipolaridad cada día más falsa en nuestras sociedades líquidas. Son un concepto del siglo XIX y XX que empieza a fallar por todos sus costados. Los sistemas políticos que han logrado mayor éxito de progreso y libertad tienen su plasmación práctica en el norte de Europa y se caracterizan por un pragmatismo que se adapta en cada momento a las condiciones y a las coyunturas, sin perder nunca de vista las exigencias de la competitividad global. Por eso los pactos entre concepciones y partidos rivales son una fértil vía de futuro. Los países que van mejor son los que garantizan de manera más eficaz la democracia participativa. Tal vez Internet nos pueda brindar una enorme oportunidad en los próximos años. Facebook, Google y otros gigantes de Internet van a conectar en los próximos años a 4.000 millones de personas más en Internet, a sumar a los más de 3.000 millones que ya lo están. Con smartphone a 3 euros como el que ya se vende en India, la conectividad total está al alcance de la mano. La mayor parte de esos 4.000 millones de personas que van a ser conectadas viven bajo regímenes tiránicos o dictatoriales. La democracia participativa en un mundo de conexión total puede tener pronto consecuencias insospechadas.

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