Recetario mortal
Me llamo Nataniel Vanderblokc y tengo 231 años. Formé parte de la primera generación de amortales, allá por la segunda mitad del siglo XXI. Vivo en Azul, una comunidad exclusiva solo para amortales en lo que fue la costa de California.
Aquí no hay médicos, solo reprogramadores genéticos, expertos en ciborgs, en ADN electrónico, en archivo para cerebros humanos y avatares. Por supuesto, nos relacionamos también con humanos mortales, que pueden entrar y salir del recinto cuidadosamente vigilado, siempre bajo invitación y pase cumputacional.
Nadie de nosotros trabaja. Algunos nos dedicamos a creación cuántica, viajes por la galaxia, relaciones con extraterrestres, creación de conciencia galáctica, etc. Otros se entretienen entrado en aventuras de desarrollo intrínsecamente impredecible, colgados de la nube como en una burbuja.
Muchos de nosotros tenemos siempre a mano un pequeño contenedor ingrávido y fluorescente, el Borrador Eterno, para cuando nos cansemos de vivir.
Entre nosotros hay una gran variedad de estados intersexuales, sexo cuántico, avatares reprogramables y aventuras de parejas temporales.
Hace muchos años conocí a Eva, una mortal, en un portal de citas por avatar. Me sucedió algo extraño, como de otro tiempo, en el pasado lo llamaban enamorarse o algo así. Fue un apego
paulatino y mortal. Atrapado emocionalmente. Yo tenía al principio más de 140 años, pero adopté la forma de un joven de 30.
Ella envejecía.
Yo no.
Murió a las 97 años en mis brazos y aún lanzo aullidos de dolor. Estaba dispuesto a vivir dentro de una simulación si era el único modo de estar con ella, pero con el trascurso de los años Eva se fue borrando, difuminando paulatinamente, hasta convertirse un una imagen inmóvil que intentaba besarme.
Quería ir a buscarla, allá donde se encontrase, en la nueva dimensión de su alma inmortal. Podía recurrir al Borrador Eterno, pero había un problema: ¿Cómo la encontraría si perdía mi memoria?
Depositar todo mi cerebro y memoria en un recipiente de ADN era perfectamente posible. Pero tras el Borrado Eterno corría el riesgo de no encontrar mi recipiente ni a Eva.
Se me ocurrió un posible truco: ella tenía una colección de piedras negras horadadas que había ido cogiendo en distintas playas cuando estábamos juntos. Podría poner una en mi avatar cuántico y la apretaría muy fuerte en mi mano cuando bebiese el Borrador Eterno.
¿Funcionaría?
Solo tenía un intento.
Si este relato te ha gustado, acude a mi página de Facebook, donde también lo tengo publicado; y si llegamos a los 1.000 “likes”, publicaré la segunda parte.
(Relato corto de Miguel Ormaetxea Arroyo)