Él la había visto llorar en muchas ocasiones, llevaban casados bastantes años, solo ella se acordaba de cuantos. Pero él sabía bien que sus lágrimas le vencían. Ella también lo sabía.
Pero aquel día no lloró para nada. Solo dijo “quiero que te vayas”. Nada más. Y él se fue.
Cuatro semanas antes, él la dijo, por la tarde, los dos sentados en el salón, “voy a alquilar un estudio pequeño y barato que he visto, solo para escribir”. Se volvió hacia él y le cogió las manos, mirándole muy cerca, “no me dejes, por favor”. No lloró. Él tardó bastante en ceder, pero sabía que ella ganaba, aún sin lágrimas.
Tantos años casado y él no la conocía en absoluto, como en el relato “Dublineses” de Joyce, cuando el marido descubre que no conoce el corazón de la mujer que quiere, con la que lleva casado muchos años. Ella tampoco era pródiga en decir “te quiero”. Sus pocos “te quiero”, ¿eran todos mentira?
A él ya no le interesa averiguarlo. Es demasiado tarde, como si hubiera sucedido en otra vida. Ahora está solo en un apartamento cargado de recuerdos. Ha borrado todas las huellas.
Todas las dudas, la Duda. Cada vez tiene menos certezas y está bien así.
El cuchillo.
En toda relación de pareja hay siempre un cuchillo escondido. A veces en el bolsillo trasero del pantalón, a veces en su bolso. Reluce en las sombras, si lo sabes ver.
Me acuerdo de un cuento muy corto de Borges. Lo leí hace muchos años, en un avión que volaba entre relámpagos por encima del Himalaya, de noche. Para calmar mi miedo, rebusqué en mi mochila y lo encontré, aún lo recuerdo de memoria: “aquel puñal toledano duerme en un cajón su sueño de tigre, ansía verter caliente sangre”…
Él ha usado ese cuchillo y la caliente sangre la llevará hasta que muera.
Finalmente, su sangre se ha mezclado con otras, chorrea interminable por su camisa. Buenos días melancolía.
¿El amor existe? Una vez en un hotel el novio escribió en su noche de bodas sobre esto, que Freud llamó algo así como “una superestructura a posteriori”. Tomó un texto prestado de Amos Oz, de su deslumbrante libro “La caja negra”. Es la historia de un divorcio. El amor existe, pero está plagado de cortantes espinas, de aullidos en la noche, de misterio, de las sombras que guardan los amantes en su Caja Negra. Se arrastran entre zarzas y ortigas, en el barro de los días nublados. Y en un momento impensado, una tenue luz relampaguea, una paz extraña, evanescente. Eso es todo.
Algunos, muy pocos, tienen la inmerecida suerte de haber visto ese volátil titilar de luciérnaga en algunos ojos que miraban.
Y existe el cuchillo.
Hace poco escribí:
“Polvorientos corredores a la nada,
pasillos infinitos empapados de nostalgia,
un crepitar de fuegos que se extinguen,
el mar en el que gimen olvidados barcos,
todo eso fuimos y seremos algún día,
cuando la espuma de los días se remanse.
Quiero gritar sin voz y sin orillas,
Cuando la fría luna me alcance, altiva y traicionera,
Para hacerme cuenco, nido, chispa, luciérnaga,
un ramo de tibias y azules margaritas
para que tu cabeza repose insomne, bendecida,
donde no te alcance el llanto de los niños perdidos
ni el fulgor de las desamparadas calaveras.
Entonces, solo entonces, reposa un momento
tu mano viajera en mi abrasada palma,
nada más que un instante furtivo de aleteos,
para que la paloma cace al leopardo de las nieves
y nos durmamos en lechos de algas del final
de todos los tiempos el tiempo, tú y yo, yo y tú,
mujer alguna vez entrevista ligera entre los abedules”.
Lo escribí a la luz azul de unos ojos, solo ella lo sabe.
¿El fin del romance? “The End of the Affair” es una novela de Grahan Greene llevada al cine. Sarah es una mujer atrapada en un matrimonio estéril, conoce al novelista Maurice Bendrix. Ambos comienzan un apasionado e ilícito romance, pero durante el bombardeo alemán a Londres, la casa de Bendrix es alcanzada por una bomba mientras la pareja está en la cama y él casi muere durante el ataque. Inexplicablemente y sin previo aviso, Sarah rompe la relación y Bendrix queda desolado.
Vargas llosa comenta esta obra en su libro “La verdad de las mentiras”. La verdad de las mentiras del amor es otra mentira. Pero está implícita, soterrada, rampante. Hay que buscarla entre el barro y las espinas.
¿Quería Ana Karenina al conde Vrosky? León Tólstoy nos da la pregunta y la respuesta. Como tantas mujeres, estaba enamorada de su amor. Se tira al tren en la misma estación en que conoció al conde, pidiendo perdón a Dios. ¿Cuántas mujeres se han tirado al tren de muchos matrimonios enamoradas de su amor?
La Duda Eterna. A mí, que escribo estas cosas, no me interesa la respuesta. Estoy solo y recorro y fatigo las 70 metros cuadrados de mi apartamento, acumulando gris polvo, la espuma de los días. Me miro en el espejo y sonrío cavilando.
Aquí y ahora, ya tengo la respuesta.
Cuento corto de Miguel Ormaetxea Arroyo
Fotografía de Portada: Puerto de Santander por Miguel Ormaetxea Arroyo