27 de noviembre de 2011. Kittilä, Laponia. Hotel Jeris
Salimos de casa a las 7,45. Llegamos al hotel casi 12 horas después. Cenamos y salimos a caminar por el lago helado. Apabullante. Noche encendida de estrellas, nieve y hielo. Sobrecogedor. De pronto, aparece una claridad difusa, violácea, en el cielo, pero las luces del complejo hotelero no nos dejan ver bien la aurora boreal.
El 27 en la mañana, equipados con ropas polares (mis prendas me están grandes, especialmente las botas) damos un largo paseo, una hora y cuarto andando sobre el lago. La nieve virgen cruje con un chasquido seco, los bastones nórdicos de Lorena hacen un ruido como llamada de animal. Hay pequeñas huellas sobre la nieve.
La luz. El resplandor del sol (no hay rayos directos) es rosado. Y luego, todas las gamas del blanco, manchadas con gris. A un lado, no hay horizonte ni puntos de referencia, todo es una bruma intensa. Al otro lado, como un dibujo difuminado a carboncillo, está el alma de un bosque de piceas, abedules y abetos; una línea gris entre los blancos que parece un dibujo zen de increíble belleza.
¿Cuántos tipos de luz hemos visto hoy? Los iluminadores de cine y los fotógrafos han identificado, dicen, siete tipos de luz. Hoy hemos visto más. Primero hay algo mortecino, pero brillante, como surgido del fondo de los tiempos. Un cielo confusamente rosado, como pintado a capas, abstracto. Y la luz salvaje que amortaja sin tregua una vida aún más obstinada, finalmente triunfante, fatalmente efímera. Eran las 12,15 o 12,30, andábamos por la carretera helada y solitaria, llegamos a un claro en el bosque, el agua fluye y rompe el hielo y ahí, entre esqueletos de árboles, asoma apenas el esbozo de un rayo de sol, un rosa más fuerte, el fantasma de un sol invisible. Quince o veinte minutos más tarde, desaparece.
La tarde es muy lenta, incierta, declina con inmensa melancolía. El aire parece detenerse.
De nuevo la noche, unánime, que diría Borges. Abrumadora e intimidatoria. Nos refugiamos bajo el edredón, leyendo. Esperamos la hora de salir a ver la aurora boreal.
Los récords de Finlandia
Finlandia solo tiene 5,3 millones de habitantes y una tasa bajísima de extranjeros e inmigrantes, poco más de 100.000, de los que 25.000 son rusos. Sin embargo, ostentan algunos récords memorables:
-Es el país menos corrupto del mundo, según la ONG “Transparency International”. Encabeza dicha clasificación desde hace muchos años. España aparece en el puesto 23.
-Finlandia es el país que tiene una política de desarrollo más eficaz, según el Índice de Sostenibilidad Medioambiental. España está en el puesto 87.
-Están a la cabeza en el Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes. Sus escolares de 15 años tienen el más alto nivel de conocimientos matemáticos del mundo, por delante de los coreanos.
-Es el país más ecológico del mundo, según la clasificación elaborada por “Reader’s Digest”. Un récord mucho más singular: una finlandesa es campeona mundial de resistencia en la sauna. Aguantó durante 13 minutos y 38 segundos en una atmósfera totalmente saturada de vapor de agua a 110ºC.
28 de noviembre de 2011. Cerca de Muonio, frontera con Suecia. Centro Harriniva Holidays & Safaris.
Decididamente, prefiero los trineos de huskys. No contaminan, no huelen a aceite quemado y CO2, son menos ruidosos.
Los cinco huskys empiezan a dar terribles tirones en cuanto nos montamos. Pongo todo mi peso, vestido de ‘Mazinger’, sobre el freno, dos grandes punzones clavados en el hielo y son capaces de arrancar el trineo, con Lorena sentada (eso no es mucho). ¡Increíble! Una enorme fuerza animal en unos cuerpos relativamente pequeños. Me cuesta mucho dominarlos. El quinto perro a la derecha es una mala bestia, intenta morder a su compañero. Pero me transmiten un vigor telúrico, unido al paisaje de hielo, una luz relampagueante y vivaz reflejada en nieve helada. Estamos a unos 20 grados bajo cero. Es excitante dejar correr a los perros a 13 kilómetros por hora, dando saltos en badenes endurecidos. Los perros van por donde ellos deciden. Tengo que sujetarme con todas mis fuerzas, es muy fácil perder el pie en el estrecho esquí cubierto de hielo. Al principio, voy todo el tiempo con un pie en el freno que hace un estridente ruido metálico al rasgar el hielo. Mis cinco perros se afanan por adelantar al trineo de delante, a toda costa, por la derecha, rozando los árboles. ¡Hijos de puta! Voy insultándoles: ¡Cabrones! ¡Alaskan malaputs!
Hay una zona estrecha llena de desniveles. El guía hace señas para aminorar. Piso el freno con rabia e intento mantener el equilibrio. A la izquierda, hay un gran desnivel. Un esquí pasa sobre él y el otro en el bache. Es inevitable volcar. Voy de cabeza contra la nieve. Lorena se ha tirado al otro lado. Pierdo la capucha y el gorro. La piel de Lorena está tirada y los hijos de puta de los perros siguen corriendo y sobrepasan el trineo precedente. Salimos corriendo detrás, yo, con la piel en la mano. ¡Cabrones!
El guía los sujeta, volvemos a montar.
El que viene detrás de mí, también se cae. Y otros. Se interrumpe la caravana. Hacemos fotos. El sol ha asomado justo enfrente. Hay un contraluz bellísimo.
Dos o tres veces más estoy a punto de caerme. Luego me explican que con buena nieve no es difícil controlar el trineo. Ahora la nieve está muy machacada y hay mucho hielo.
No tengo la capucha ni el gorro. No siento las orejas y me escuecen los labios. Cuando logro relajarme, los dos pies bien asentados sobre el trineo (los esquís son muy estrechos y resbalan por el hielo), flexiono las piernas y echo el cuerpo un poco hacia atrás, disfruto. Miro los árboles de hielo, la taiga seca, el rosado sol sobre las copas de los abetos y los arces. Los perros me transmiten su energía salvaje.
La Aurora Boreal
La aurora boreal acudió a la cita la segunda noche, 15 minutos después de medianoche, cuando ya nos disponíamos a volver al hotel. No es tan fácil verlas. Requiere que el cielo esté completamente despejado, frio y la latitud adecuada (no se produce sobre los mismos Polos). Suelen aparecer entre las 21,00 horas y la medianoche, sobre la zona de Kittilä. El lago helado era un fulgor de estrellas, ya un espectáculo sin la concurrencia del viento solar. Llevábamos más de dos horas esperando, con la ayuda de una chimenea en una cabaña cercana y una petaca de vodka finlandés. Aún seguía cuando nos retiramos a la ansiada cama caliente cerca de la una de la madrugada. Una fluorescencia verde, tenue al principio, serpenteante, muy cambiante, parecía que tocaba el suelo, aunque se forma a unas 60 millas de altura. Puede tener formas, colores y brillos muy distintos, según las partículas que chocan e interactúan con el magnetismo terrestre. Parece algo irreal, fantasmal. Una vez en la vida.
El reparto de una riqueza abundante
La renta per cápita de Finlandia es la novena del mundo, con más de 35.000 dólares. El sueldo medio de un varón está en torno a los 3.400 euros/mes. En la cultura finlandesa la distribución de la riqueza y un cierto igualitarismo está muy presente. Hay una fuerte presión social para el reparto de la riqueza. El año pasado, en plena crisis financiera global, Finlandia creció el 3,4%. La tasa de desempleo es del 5%. Estos resultados son muy notables, especialmente si tenemos en cuenta que Finlandia es un país independiente desde la segunda década del siglo XX. Inicialmente, solo tenía sus recursos forestales. A raíz de la Segunda Guerra Mundial, y para pagar las compensaciones bélicas a Rusia, Finlandia desarrolló a la carrera una industrialización modélica. Nokia representa cerca del 5% del PIB del país.
29 de noviembre 2011.Paseo por el Jerisjälvi
Tenemos libre hasta las 14,00 cuando nos recogerán para hacer esquí de fondo. Salimos a las 11,00. Estamos a 23 grados bajo cero, el récord a la baja hasta ahora, pero sin nada de viento.
Lorena va con dos bastones nórdicos. Vamos a probar un camino nuevo, cruzando el puente de la carretera general hacia el pequeño ‘tunturit’ y el bosque. Como de costumbre, Lorena ataca la cuesta arriba dejándome un tanto atrás. Hay pequeñas cabañas y enseguida los senderos en la nieve se bifurcan. Despejamos los carteles del hielo y la nieve que los hace ilegibles, pero los nombres son arcanos. Tomamos a la derecha. Yo sé que tengo siempre el lago Jeris, Jerishälvi, a la derecha y quiero desembocar en su orilla. El bosque es un maremágnum, una tempestad de troncos y ramas en todas direcciones, hay muchos torcidos, caídos, rotos. Hago una foto a Lorena debajo de un tronco que describe un arco horizontal, contra toda lógica forestal. Hay cruces y más cruces. Generalmente tomo a la derecha, pero desdeño aquellos que tienen la nieve virgen, no han sido transitados. Sólo nos cruzamos con una pareja que hace esquí de fondo.
Llevamos poco más de media hora cuando veo a la derecha, la carretera general. Habremos hecho un kilómetro o kilómetro y medio. La cruzamos: el lago debe de estar cerca. Efectivamente, llegamos a unas cabañas, al borde mismo, abiertas a una ensenada preciosa, de una blancura deslumbrante. Todo está deshabitado pero impecable, cubierto por medio metro de nieve virgen. Vemos la escalerilla de una piscina encajada sobre la orilla del lago. Me hago una foto haciendo como si me fuese a zambullir en una piscina que no se ve, todo es un gran sudario blanco. No se sabe donde empieza la orilla del lago.
El lugar es bellísimo. A lo lejos, los árboles helados marcan y guardan las fronteras del bosque, tenues, grises, abstractas. Mucho más allá, casi una silueta imperceptible, está la suave ondulación del ’tunturit’ como una curva femenina.
Si seguimos por la orilla, siempre a la derecha, no podemos perdernos, llegaremos a la gran sauna y las cabañas del hotel. Lo que no sé entonces es que faltan unos cuatro kilómetros de orilla de lago para llegar. Hemos acortado mucho por el monte y salimos a un brazo del lago muy distante. Nos espera una larga travesía.
Sobre la perfecta simetría horizontal del lago helado, solo hay huellas de lo que podrían ser renos y otras más pequeñas, algo mayores que las de conejo: deben de ser glotones. Muy abundantes aquí, según la guía.
Una neblina muy cambiante va emborronando el paisaje. Hay estratos que eclipsan las copas de unos árboles distantes. En algunas zonas todo horizonte desaparece, el suelo y el cielo, forman una unidad total, cenicienta.
Lorena avanza con sus bastones como un barco rompehielos, abriendo una huella ancha en una nieve dócil y purísima. En el aire flotan pequeñas partículas de nieve y hielo que brillan como diminutas estrellas.
Así debe ser avanzar por el Polo, una superficie perfectamente recta y sin horizontes, sobre el hielo flotante. La única diferencia es que aquí se ve intermitentemente el esqueleto grisáceo de la orilla. Si nos adentrásemos en el lago, perderíamos toda referencia.
Doblamos una punta del bosque, luego otra. “En la siguiente deberíamos ver la gran cabaña con la sauna del hotel”, le digo a Lorena que ya ha empezado a cuestionarme. “Nos hemos perdido; milagro que no ha dicho ¡TE HAS PERDIDO!). Deberíamos haber vuelto por el mismo camino. ¿Qué hora es? No llegaremos a tiempo”… Me acuerdo de las leyes del liderazgo.
Lorena va con dolores en las ingles, lo sé y me inquieta, pero no deja de avanzar abriendo huella, con una obstinación enfurruñada.
Decido cambiar de rumbo cuando veo unas cabañas, deben de estar cerca de la carretera. Alguna está habitada, las luces encendidas, el coche limpio y cubierto en la puerta. Pero no me decido a llamar y preguntar. Esta gente es muy celosa de la soledad, que adoran.
Avanzamos entre cabañas y caminos nevados y desiertos. De nuevo se ve el lago; una pequeña bahía con cabañas. Veo gente sobre el lago, pescando. Decido acercarme siguiendo la huella que han dejado en la nieve. Hay un hombre encorvado sobre un agujero en el hielo. Un buen pez se debate en un cubo manchado de sangre, dando unos vigorosos coletazos. “Good morning, excuse me sir, we are looking for Jeris Hotel”. No responde. Finalmente se vuelve: es un anciano, un rostro enjuto, con los rugosos carrillos muy colorados. Tiene en la mano un aparejo muy corto, menos de medio metro, con varios anzuelos. Farfulla algo incomprensible. No entiende inglés, evidentemente.
Unos metros más allá, hay una mujer. Alzo la voz y repito la pregunta. Por fin, parece entender. “Jeris, Jeris” (pronuncia de distinta manera, claro) “This way, one kilometer”. Respiro aliviado.
Lorena me ha seguido como si no se fiara. No quiere que me separe de ella ni dos metros. Reanudamos el camino en línea recta, acortando los recodos de la orilla.
Paro a Lorena. Me detengo. Le doy un beso. “No importa si no llegamos a la hora, dejemos el esquí de fondo”. Le hago una foto: tiene el rostro desencajado por el cansancio y el dolor, las pestañas cubiertas de hielo, carámbanos en el pasamontañas. Una foto muy expresiva.
Por fin, vemos a lo lejos la cabaña. Afortunadamente, se ha levantado la neblina. Avanzamos, en línea recta hacia el aún lejano objetivo, la salvación calentita, la cerveza. ¡Que le den al esquí de fondo!
Son las 13,40 cuando entramos en el hotel. Llevamos más de dos horas y media andando sin parar. Un duro paseo maravilloso.
El sol, ese bien escaso
Kittilä, donde está el aeropuerto que da servicio a todo el norte de Laponia, y adonde llegamos a finales de noviembre para pasar cuatro días en el hotel Jeris al lado del lago del mismo nombre, tiene el récord de frío en el siglo XX en Finlandia: 51,5º bajo cero el 27 de enero de 1999. En la ciudad de Utsjoki, el sol desaparece por completo durante más de siete semanas, normalmente entre el 26 de noviembre y el 17 de enero. Sin embargo el sol de medianoche es visible del 17 de mayo al 27 de julio.
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