Noruega: a media luz los cuatro

Miguel Ormaetxea

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Llegamos a Oslo a finales de diciembre de 2014, Lorena, Paula, Sergio y el que firma esta pequeña crónica. A las tres de la tarde, había una luz declinante, bellísima, sobre el fiordo, congelado en sus orillas, desde la atalaya del majestuoso y vanguardista edificio de la Opera, como una pista de esquí que desciende hacia el mar. Uno de los alicientes del viaje para mí era probar “in situ” el país con la mayor renta per cápita del mundo (76.000 euros, por 22.000 de España). El resultado también fue de una interesante media luz.

Noruega no lo tuvo fácil. Ha sido un país independiente sólo desde
1905. Tuvieron 434 años de dominio danés, seguidos de dominio sueco. Y cinco años de invasión nazi, que combatieron con denuedo. Sufrieron la terrible peste negra de 1349. Y antes, claro, formaron parte de los belicosos vikingos, la era de la mayor influencia de Noruega en la historia del mundo, desde que el 793 conquistaran un monasterio en Inglaterra. Luego amenazaron las murallas de Constantinopla ¡en seis ocasiones!, saquearon Sevilla, fundaron Dublín, colonizaron Groelandia y se asentaron en el norte de Canadá. Sus estilizados barcos provistos de una especia de brújula de cordierita fueron el terror en una buena parte del mundo conocido, pero no eran sólo hordas bárbaras, los enterramientos nos han dejado muestras de una cultura refinada. La historia de Harald “El Pelirrojo”, Hakon “El Bueno”, “Dienteazul”, Knut “El Poderoso” o Harald “El Cruel”, es una saga de violencia también fraticida.

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Noruega, castigada por una climatología inclemente en una naturaleza salvaje, es un ejemplo elocuente de desafío y respuesta. Ha sido uno de los territorios más pobres de Europa y de ello dan muestra más de 800.000 norteamericanos de origen noruego, impulsados a emigrar por el hambre. Con muy poco más de cinco millones de habitantes, hoy es el país con mayor renta por cabeza del mundo. Dan un elocuente ejemplo de cómo hacer para que la renta petrolera, desde que se descubriera oro negro en el Mar del Norte, no sea una maldición, como lo ha sido y sigue siendo para la inmensa mayoría de naciones productoras de petróleo. El dinero proveniente del petróleo va directamente a un fondo de inversión que administra el Banco Central y solo puede tocarse en situaciones excepcionales. El año pasado sobrepasó los 800.000 millones de dólares y ya tiene el 1% de todas las acciones que se cotizan en el mundo. Pueden permitirse el lujo de vetar a corporaciones poco respetuosas con valores éticos o medioambientales, con lo que influyen de manera marcada en los mercados financieros.

Noruega es un ejemplo paradigmático del “Estado de Bienestar”, del triunfo de una política continuada de corte socialdemócrata, pragmática, buscando los consensos, la estabilidad antes que los bandazos. Con tanto éxito desde los años cincuenta, en los que la Segunda Guerra Mundial les dejó destrozados, que no es de extrañar que en varias ocasiones han dicho no a integrarse en la Unión Europea. Les va muy bien con su modelo de cohesión social tácita. Tal vez deberían replantearse ingresar en el euro, pues su corona noruega es un anacronismo y un engorro para los turistas.

En Oslo, las pantallas de todo tipo están presentes por doquier, seguramente avanzando una tendencia global imparable: pocas personas, muchas máquinas. Si quieres coger en tren para ir a la ciudad desde el aeropuerto (el taxi es prohibitivo), te enfrentas a una pantalla: pasas al idioma inglés con facilidad y empiezas a averiguar que Sergio (13 años) tiene una tarifa, que Paula (17) tiene otra como estudiante, Lorena y yo otra y que tal vez nos convenga la tarifa de familia, ida y vuelta. Pasas los tornos y en 10 minutos llega el primer tren, magnífico, impecable, todo autoservicio automatizado. Una gran pantalla te va informando del tiempo en todo el país, en las principales estaciones de esquí europeas, las noticias, ofertas para visitantes, etc.

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Lo mismo en el Metro, todos los transportes públicos y otros servicios. Los billetes se validan en pequeñas pantallas situadas en todas las puertas, pero observas que casi nadie lo hace, porque tienen pases de diversos tipos. Es evidente que el sistema, como cada vez más en la sociedad digital emergente, se basa en la confianza. No sería muy adecuado en, por ejemplo, Nápoles.

Eran poco más de las 15,00 horas cuando la luz mortecina del día empezó a declinar sobre el paisaje helado del fiordo, medio congelado en sus orillas. De una belleza espectral. El móvil dice que estamos a 17 bajo cero. Las aceras están relativamente limpias de nieve, pero con frecuencia están heladas, son una pista de patinaje a pesar de la grava negra que han vertido para ayudar al sufrido caminante. Ninguno de los cuatro nos quejamos de frio, venimos bien equipados. Lorena, embutida en cinco capas de ropa, va de la mano de Paula para no resbalar. Sergio parece moverse en su elemento, solo al final del día se queja de las manos, heladas a pesar de los guantes. Nos movemos hacia Aker Brygge, una especia de marina frente al atracadero de barcos deportivos, refulgente de luces navideñas, repleto de restaurantes con terrazas acogedoras, preparadas con pieles, mantas y estufas…pero aún así casi desiertas. Cenamos muy temprano (para nosotros), pizzas con un poco de ensalada, dos cervezas y agua gratis: unos cien euros al cambio. No es país para mochileros con tarjeta de crédito endeble.

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A cambio del frío y los precios, Oslo a finales de diciembre ofrece algunas cosas incomparables: las estatuas desnudas del Parque Vigeland, con una piel de hielo sobre el granito, coronadas de nieve, no creo que sean más bellas en otra estación. O la visión de la ciudad y el fiordo desde la altura de Holmenkollen, la torre de saltos de esquí más alta del mundo. O el breve sol, muy transversal, acuchillando las estatuas y los rostros embozados en la Península de Bygdoy, o de Los Museos, frente a la punta donde se asientan el museo de la Kon Tiki, el Fram, el de la Marina, no muy lejos de dónde están el pequeño pero imprescindible Museo Vikingo o el Folkemuseum al aire libre. La técnica museística es magnífica: multitud de elementos multimedia e interactividades documentan los más diversos aspectos de las exploraciones y las gestas. Y a nosotros no se nos ocurre ofrecer a nuestros millones de turistas un museo a la altura del descubrimiento de…América.

Hay un dato que nos ayuda a comprender la eficiencia y la competitividad noruega: el gasto en educación per cápita es de 4.495 euros/año, el 15,31% de su abultado gasto público. En España es de 1.014 euros y el 9,2% del gasto público. Y nosotros, recortando.